lunes, 26 de septiembre de 2011

Don Ilustrísimo

Cansado de calumnias y necedades de predicadores de poca monta, hoy me presento ante ustedes para defender el progreso por encima de todos aquellos pobres mendigos inadaptados y fracasados que reclaman a gritos un mundo mejor, esto es, un mundo menos tecnologizado y mercantilizado; algo que -como bien sabemos- no es más que una coartada de su inadaptación y su fracaso. Todos ellos, pobres ratas de alcantarilla, reniegan de ese gran genio constructor, del gran artista creador que es el hombre. Nos hablan de involución espiritual, del sentido de la vida o del espíritu de la naturaleza; verdades huecas que ni siquiera ellos entienden, pues no son más que ratas aisladas y moribundas. Encima se vanaglorian y se autoproclaman a sí mismos como grandes guías espirituales de la humanidad, como salvadores de un mundo frío y deshumanizado. Hablan de energías o de auras como propiedades de las cosas, como si se tratase de evidencias matemáticas. -Si claro hombre, como no iba yo a ver el aura, ¡ahí está¡, ¿es que no la ve usted?, fíjese, ¡la mía es de color carne!-. Que cara ponen algunos cuando me oyen hablar así. Como saboreo ese rostro inerte con esa mueca de cinismo y amargura que les corroe por dentro. ¡Y me hablan de equilibrio espiritual!. ¡Malditos majaderos! Envidia es lo que tienen, envidia de eso genio creador que es el hombre, pues ellos no son más que medio-hombres, seres con serrín en el cerebro. Suerte han tenido que Dios les permita existir en un mundo de gloria como este. En fin, para no convertirme en un predicador más, para que mis palabras se alejen completamente de ese mundo irracional y sin fundamento como es el suyo, basándome en el poder inapelable de la razón, paso a hablarles de mi testimonio y opinión personal en relación a algunas de las maravillas de la técnica.

Soy profesor de tecnología y por si no lo saben, hace escasos meses que di una fiesta privada en el instituto con algunos de mis más allegados, celebrando con cava la liquidación de ese maldito anacronismo medieval que representaba el libro de texto. No saben como me sentí aquel día. –el progreso está aquí caballeros, alcemos nuestras copas y brindemos por ello- les dije. No pueden imaginarse que sensación de seguridad, que confianza me produce el hecho de que cualquier instante pueda ser oportuno para que el alumno pueda corroborar -o incluso ampliar- alguna de mis explicaciones acudiendo de inmediato a ese mar de sabiduría que representa internet. No es que mis explicaciones tengan lagunas, no quiero que las ratas oportunistas me malinterpreten, soy coherente y preciso como un reloj, pero con la virtud de los nuevos tiempos, con la apertura y la predisposición a la ampliación de todo aquello que pueda aportar este mundo globalizado que percibimos a través de la red. Se acabó la maldita letra muerta, el nuevo mundo de imágenes, videos o demostraciones -todas ellas al alcance del alumno- está aquí. Una sola orden, un solo clic y allí estamos, absorbiendo la sabiduría del mundo globalizado. ¡Todo a nuestro alcance!

Que admirable es el poder de la imagen y que calladitos están ahora los alumnos desde que tienen las hermosas pantallas delante de sus ojos y todo ese universo a sus pies. No saben ustedes lo complicado que resultaba pedir silencio con el maldito libro de texto como herramienta de trabajo. Aquellos alumnos protestaban por un modelo de aprendizaje que ya no concordaba con su intelecto –mucho más complejo y sofisticado que el de sus antepasados-. Su actitud rebelde y destructiva era su forma de protesta, su forma de reivindicación de un mundo mejor. Ahora todo se ha consumado. Como adoro formular la pregunta: –Chicos, ¿Cómo va ese ejercicio?, muy bien Don Ilustrísimo, contestan algunos. Otros están tan sumamente concentrados en la pantalla que parece que ni siquiera hayan escuchado mi pregunta-. No saben la sensación de plenitud que tengo al verlos allí sentaditos, en silencio y trabajando cada uno individualmente, cada cual con su ordenador, pero globalmente, pues ahora el mundo está globalizado en el instante. Lo individual y lo global se han fusionado en un solo ser. El hombre es individualmente creativo y global al mismo tiempo. Uno es todo y todos somos uno. ¡Que maravilla! No existe una forma de unión mayor.

En ocasiones, todavía veo en los alumnos residuos o reminiscencias de ese viejo atavismo reivindicativo: "te maté cabrón jódete", dicen algunos. Supongo que en el inconsciente todavía hay restos de esas traumáticas experiencias con el maldito libro de texto que afloran en determinados momentos. Siempre hago caso omiso, ya que sé cuanto han sufrido su inadaptación a un sistema que no iba acorde con su capacidad omniabarcadora. Así lo demuestran ahora con su actitud silenciosa delante de la pantalla. Aplacada su actitud reaccionaria, ahora todo se reduce a ese revoloteo incesante que provoca la inquietud por el aprendizaje. Noto su excitación interior, su pataleo de emoción interna. Algunos se levantan de sus sillas y corriendo acuden a la mesa del compañero. –¿A ver? ¿a ver? huala que fuerte, ¿no? Jajaja!- Gritan algunos con entusiasmo. No reprimo su entusiasmo, su fervor por una nueva forma de aprendizaje con la que sintonizan a la perfección.

Para añadir algún otro motivo de peso:(innecesario, por otra parte) a esos predicadores de poca monta que defienden el retorno de la imprenta del medievo y la armonía del hombre con la naturaleza -que ni siquiera saben lo que es- yo les pregunto: ¿y que me decís ahora de la tala indiscriminada de árboles que se ha evitado con la disminución del consumo de papel que representaba el libro de texto? ¡Je! Sólo pueden callar las malditas cucarachas. Miren, yo que soy de números, la ecuación es tan sencilla como: menos libros, menos papel, menos tala de árboles. Y encima los malditos predicadores se llenan la boca berborreando, vinculando el antiprogresismo –es decir, su inadaptación al medio terrestre- con el amor a la naturaleza. Fascistas, eso es lo que son, impostores y aduladores de ideas sin trabazón alguna. ¡Ratas!

Por desgracia, el maldito libro de tela todavía aguanta el embuste. Sólo me queda confiar que el ebook –o una versión más avanzada del mismo- sea verdugo definitivo de esas malditas noveluchas o esos atiborrados manuales que amarillean a los pocos años, colapsan el espacio, desordenan el estudio y crían polvo a raudales en las estanterías de la casa. Soy alérgico al polvo, con que imagínense como celebraría la extinción de esos malditos ladrillos. Quizá podamos reaprovecharlos para construir cabañas para nuestros hijos. Bueno, en realidad, debo decir que lo probé y ni siquiera para eso tenían consistencia los malditos manuales. Que triste es que las pobres ratas sigan sin enterarse que el intelecto humano está mucho más avanzado y perfeccionado gracias a la nueva sociedad digital. Ahí siguen, comprando sus noveluchas de papel y desdeñando por completo las magistrales lecciones pedagógicas que nos brindan todos los días los psicólogos sobre las nuevas formas de aprendizaje de la nueva era.

Por mi parte, hace tiempo que me deshice de la maldita biblioteca. Fue como acudir a la taza del vater, ya me entienden. ¡Que estudio me ha quedado¡ El polvo ha desaparecido de escena, he ganado dos metritos cuadrados y todo ello sin perder ni un milímetro de sabiduría. ¡Eso es!, ¡ni uno! A la hoguera todos los libros anacrónicos. Ahora sólo conservo aquellos libros modernos que tienen algún interés real en el mundo en el que vivimos. No perderé ni un minuto más de mi vida en poemillas o noveluchas sobre las guerras napoleónicas o sobre Odiseas en el mar que ni siquiera responden a una geografía real. ¡Es patético! Como si no hubiera cosas que hacer en este mundo globalizado en el que todo, absolutamente todo, está a nuestro alcance. Gozamos de una libertad nunca contemplada en la historia, una libertad que va más allá de cualquier frontera cultural o geográfica. ¡Y que poco nos falta para acceder al espacio! ¡Ahí está el futuro!

Volviendo a la extinción de mi biblioteca, fíjense: un solo libro digital ha desbancado por completo a 200 volúmenes –la mitad de ellos amarillentos y enmohecidos-. Para que luego me hablen de espíritu. La obra de arte del hombre es el progreso caballeros. Y éste arte, a diferencia del otro, no es un arte para el simple entretenimiento, es el arte de la vida, el arte del buen vivir, del bienestar del hombre. ¿Acaso las Meninas preparan la comida mientras escucho música y escribo mis artículos? Mi robot de cocina es arte y mi lavaplatos, y mi termomix y mi electroestimulador y mi aiphone y el android de mi vecino (¡que modelo!). Todos esos cuadruchos arcaicos –gran parte de ellos ininteligibles- inútiles hasta la indecencia. Todo viene a ser la mismo, entretenimiento, enajenación mental del sujeto y desvirtuación de una inteligencia racional cuyo verdugo es esa niebla de saber que sume al hombre en la incertidumbre y en el desconcierto. Mire usted, si necesito un retrato ya tengo la cámara de fotos; y para que mis hijos pierdan el tiempo ya tenemos los videojuegos. Recuerden aquel gran estudio del 28 de Marzo del 2008: “los niños de ahora son cada vez más inteligentes gracias a la complejidad de los sistemas con los que se divierten, desarrollan su inteligencia disfrutando de los videojuegos”. Eso, eso, que las ratas sigan hablando de noveluchas, de pinturitas o de poemillas. Y encima se atreven a fustigar el mundo de los videojuegos. No son ratas no, son peor que eso, ¡son anguilas eléctricas!

¡No entiendo como todavía existen las carreras de letras! Por su culpa muchos alumnos se extravían y acaban fumando porros. ¿CÓmo no iban a hacerlo los pobres en un mundo en el que se idealiza el suicidio y la bohemia?. Además, ¿acaso hay trabajo para ellos? La historia todavía tiene algún sentido, por respeto habría que mantenerla, aunque reducida hasta el inframundo, claro está. Pero, ¿i la literatura? ¡esos pobres barbudos y licenciosos predicando su infame bohemia, derrotados y moribundos gran parte de ellos con poco más de 30 años. ¿I que me dicen de la filosofía? Por favor, ¿Puede haber un transtorno y una pérdida de tiempo mayor? Ya lo dice el refrán, ¡la mala hierba nunca muere! Aún así, esperen, esperen que muy cercana preveo la extinción de esos filosofuchos predicadores que tres al cuarto. Uno sólo queda en cada instituto. Ahí tienen al de mi centro, deambulando y aleccionando a la gente sobre los dinosaurios del pasado. A veces le hablo en el patio por lástima, lo veo allí aislado, con el rostro sombrío y desencajado. Sabe que es historia y que pronto se extinguirá. Se sabe mendigo y acabado y así lo denota su silencio. Le miro con lástima, como a un enfermo de cáncer que ya no tiene arreglo. Por ello no hago sangre del árbol caído, nunca le ataco directamente. Sólo alguna indirecta de vez en cuando para que entienda el mensaje. Aunque a veces pienso que no hay necesidad para ello, la propia vida ya pone a cada uno en el lugar que le corresponde. Se extinguen, saben de su sinsentido en este mundo, por eso deambulan en solitario por los pasillos, tristes, agazapados y con la cabeza gacha se preguntan. ¿Y yo para que sirvo? (To be continued)



Desdeñando por completo a esos pobres insubordinados del progreso que se amparan en el espíritu, en los ladrillos con forma de libros (ya me entienden), en las vacas, en el campo o en las ondulaciones del mar como tabla de salvación -como si de allí pudieran salir vivos de un repentino ataque de apendicitis- proseguiré con mi alegato en favor del progreso, con un ejemplo muy sencillo que nos incumbe a todos. ¿O es que hay alguien -que no sea rata- que no vaya a la playa en verano con el fin de tostar de su piel? Y, ¿qué sucede cuando la naturaleza –como tantas otras veces- da la espalda al hombre? ¿Que le sucede a toda esa gente que vive de su imagen (¿y quien puede desdeñar su imagen a día de hoy?) que tras varios intentos de dorar su piel se encuentran una y otra vez con ese cielo mustio y nublado? Ese maldito firmamento gris es como el filósofo que deambula por mi instituto: huraño, apático e infausto. A nadie ilumina con su discurso. Cuantas veces no habré contemplado el hastiado rostro de mis hijos tras la desoladora retirada de un día gris de playa. – Pero que día más feo papaíto- afirman con una mueca de asco, enrabietados por culpa de ese cielo opaco que impide la satisfacción de su fin. Apesadumbrados y cabizbajos se retiran a casa mirando su piel -que evidentemente no se ha tostado- y pensando que era de suma importancia para la cena del viernes o la fiesta del sábado noche. ¿Cómo lucir ese nuevo vestido sin el moreno de piel? Se preguntan las víctimas. Cuan admirable es siempre el desafío para el hombre, sólo él puede batir en duelo a la naturaleza, -donde no llegue el sol llegará el hombre- piensa con orgullo el hombre del progreso. Y para salvar la barrera de esa trágica desolación natural a la que nos condena un día gris, ahí está la respuesta: el solarium. Que orgullo siento ahora en invierno viendo esos hermosos rostros tostaditos por la maquina de rayos ultravioletas. Ahora ya no sólo se tuesta el pan, también nosotros nos tostamos, sea cual fuere la época del año, pues ¿qué importancia tiene eso ahora? A veces me pregunto si ese olor matutino de tostadas de pan se dará también en esos rostros doraditos recién salidos de la máquina. ¡Seguro que huelen de maravilla!

El hombre siempre desafía cualquier barrera que se le imponga. ¿Que hay gravedad? Pues volamos en aviones, que no hay senos grandes (¡qué enorme tragedia!), pues senos grandes a la lista de la compra. No se rían no, es tan fácil como eso. -Papá no me gustan mis pechos-, -claro que si mi niñita, yo te pago unas tetas-. Tendrían que verla ahora, con que satisfacción luce sus vestidos, cuantos chicos no habrán llamado ya a su puerta, que orgulloso estoy de ella. Y que me dicen de mi hijo, el de la nariz tuerta, cuantas lágrimas no habrá derramado el cachorrillo. Todo eso se acabó también, yo mismo se lo aconsejé. –confía en el arte hijo, no volverás a sufrir más-.Para que luego digan las ratas que la belleza está en el alma. Si claro, dígaselo usted a mi hijo, el tuerto de nariz a ver que le parece. ¡Je! Como me río ahora de todos ellos cuando le veo regresar del gimnasio y tomarse sus batidos de proteínas. ¡Que porte!, ¡que robustez!, ¡que belleza hercúlea! Se acabaron los complejos y las burlas. Ahora todo se ha invertido en fama y popularidad. El tuerto de nariz con síntomas de alopecia, se ha convertido en la imagen del progreso, ¡que fotos en facebook!, ¡que abdominales!.

A veces incluso yo, el gran ilustre defensor del progreso, me quedo atrasado con la vorágine de cambios. El otro día por ejemplo. Allí estaba mi Sansón tirado en el sofá. –¿Qué haces hijo? –musculando papa-, -¿musculando?, -¿pero cómo?- -jaja! Pero que anticuado estás, ahora todo es posible sin moverte del sofá papá, electroestimulador mio cefar51200. Unos electrodos por aquí, otros por allá y a muscular mientras chateo. –¿Es posible?- Si claro papá, todos los fisioterapeutas lo usan. -¡Que maravilla hijo! Para que luego digan que hay caminar una hora cada día. Cómo si tuviéramos tiempo- Un día me lo dejas que me lo llevaré al tren-, -¿al tren?- si, para ofrecérselo a un caballero que conocí el otro día, así tendrá con que distraerse. –¿A un caballo papá?- -no hijo no, a un caballero, a una persona, o más bien diría a un tipejo de aspecto desaliñado, barba de muchos días, pelos de estropajo, ya sabes hijo- si papá, es una plaga lo del estropajo. Total que el caballero leía un libro titulado “en busca del tiempo perdido”. EL libro me llamó poderosamente la atención. -¿De qué va el libro?- le pregunté. Encima pareció molestarle que le hablara. Tonto de mi, pero como iban a tener las ratas educación, pensé más tarde. Con un tono de voz inaudible me contestó con esa detestable parsimonia: “lo importante no es el argumento, sino el lenguaje, la estética de la descripción y la profundidad de los sentimientos”. Algo así me dijo el papanatas. Con que esfuerzo tuve que reprimir la carcajada. Por fin entendí el título de la obra, que bien podría traducirse por “en busca de las cloacas perdidas”. Un libro para mendigos como él, claro está. Otro poetilla crédulo de poca monta que no se ha enterado que en el siglo XXI tenemos aipads y androids para los viajes de tren. Menos mal que no tardó en sonar la música de un teléfono móvil. Mira que no soy aficionado al rap, pero como disfruté de ver la cara pálida del poetilla, ese rostro desecho del firme defensor de la belleza del alma. ¡Ahí se quedó!, mudo, mirando el cristal con el rostro desastrado y desvaído, sin saber que hacer para distraerse. La viva imagen de la indiferencia de la ignorancia hijo. ¡Rata! (To be continued)