martes, 12 de junio de 2012

El guardián del bosque

Siguió conduciendo, pasando un peaje tras otro, recordando algunos momentos vividos durante la mañana cuando de pronto se fijó en el bosque que recorría los alrededores de la C-32. Aquello le trajo viejos recuerdos; recuerdos que le remitían a la infancia, recuerdos de los cuentos que le contaba su madre cuando juntos atravesaban la autopista del maresme y él repetía incansable: «¿mamá cuando llegamos?», y ella respondía: «pronto cariño, pronto», y entonces le contaba la leyenda del guardián del bosque, la leyenda de un hombre que vivía camuflado en los bosques, un vigilante para todos aquellos niños que se portaran mal; y añadía: «solo los niños buenos podrán verle, por eso tienes que portarte bien, porque sino el guardián del bosque no aparecerá». «Y, ¿qué poderes tiene el guardián del bosque?» preguntaba García. Entonces su madre le contaba que el guardián del bosque tenía la fuerza de mil hombres, y un corazón tan puro, tan puro, tan puro que le convertía en el más sabio de todos los hombres; también le decía que el guardián del bosque nunca envejecía ni enfermaba, que dormía en las copas de los árboles y se alimentaba sólo de plantas. Así fue como su madre consiguió, entre otras cosas, que García empezara a comer verdura, dejara de destrozarle las plantas de la terraza y se portara bien en los viajes en que cruzaban por algún bosque, pues en ese momento la mirada del chico se perdía por la ventana, buscando por todas partes al guardián del bosque; algunos días incluso gritaba: «¡Le he visto mamá!, ¡le he visto!» Y ella asentía y le decía: «claro, porque te has portado muy bien cariño»; entonces él vibraba de emoción en el asiento y seguía buscando a ver si le veía otra vez.

Con la leyenda del guardián del bosque García aprendió a amar el verde, a soñar despierto en los bosques y a pensar en ellos, no como lugares aburridos e incómodos, sino como espacios mágicos que albergaban dentro de si un sin fin de maravillas interminables. Continuamente le pedía a su madre que le llevara los fines de semana al bosque, como si todos los bosques fueran uno solo y allí viviera el guardián del bosque. Su madre accedía siempre con entusiasmo. Llenaban las mochilas con zumos y bocadillos, subían al coche y se ponían en marcha con la máxima ilusión en dirección a alguno de los bosques de la comarca. Una vez allí, ambos buscaban con pasión al guardián del bosque. «¡Por aquí!, ¡creo que le he visto!» exclamaba su madre como siguiendo su rastro. Entonces él se volvía y gritaba nervioso: «si le ves dile que no se esconda, dile que quiero hablar con él y aprender todos sus secretos; dile que quiero que sea mi maestro para un día convertirme yo también en guardián del bosque». Su madre sonreía y le decía que si ese era su sueño antes tendría que portarse bien, no solo en el coche, sino también en casa, en la escuela, con los amigos y con todo el mundo. Él asentía con fervor y añadía que así sería, que a partir de ahora sería el hijo más bueno del mundo; se portaría tan bien, tan bien, tan bien, que un día el guardián del bosque vendría a buscarle por la noche, cuando todos estuvieran durmiendo, le sacaría de la cama y le llevaría con él. Desaparecería para siempre y nadie volvería a saber nada más de él. Viviría en los bosques, treparía los árboles, dormiría en las copas y se alimentaría sólo de plantas. Todos le buscarían pero nadie le encontraría. Sólo su madre le vería desde su coche cuando pasara por la autopista. «Cuando sea el guardián del bosque sólo tu podrás verme mamá, porque solo te quiero a ti, a nadie más». Le decía en mitad del bosque. Ella se echaba a llorar y le abrazaba con fuerza y García pensaba en lo orgullosa que se sentiría su madre si un día él se convertía en guardián del bosque. Así cada vez que ella cruzara la autopista, miraría por la ventananilla y le vería. Y entonces pensaría: «allí está mi hijo, el guardián del bosque».

miércoles, 22 de febrero de 2012

Pensamientos y sensaciones

De la misma forma que el lenguaje no puede dar el nombre exacto de la cosa, el pensamiento tampoco puede reproducir –mucho menos suplantar- a una sensación primaria. Por su naturaleza, las sensaciones son puras, instantáneas, intensas y efímeras. De ellas recogemos el efecto y también el producto de su reminiscencia. En el pensamiento las almacenamos y las recorremos de nuevo generando la ficción de su regreso. De la tiranía del raciocinio nunca nos liberamos, por ello, no pudiendo soportar el profundo vacío de la fugacidad de nuestras sensaciones, siempre anhelamos volver a ellas.

De nuestras sensaciones se nutren nuestros mejores pensamientos y reflexiones, no a la inversa como algunos han pensado vanidosamente. Las sensaciones son la vida en su estado más puro y primigenio, un instante de efervescencia que, aunque pueda fijarse en un marco de percepción fijo a través de todo tipo de imágenes y objetos artísticos,no puede suplantarse ni revivirse en su forma original.

Cierto es que pensamiento y lenguaje son herramientas básicas, imprescindibles, poderosas en todos los sentidos del término. Son un lujo, un arte, un don, pero también pueden ser una barrera, un obstáculo y un camino hacia la perturbación del único fin por el que la existencia cobra sentido: la sensación la felicidad.

En el pensar revivimos todas nuestras sensaciones pretéritas. Las hay vivas y alegres pero también –y probablemente en mayor medida- las hay dolorosas, frustradas y sobrecargadas de amargura, sufrimiento y pesar. Y no solo eso, también se acumulan en nuestro pensamiento exigencias tiránicas individuales, gran parte de ellas impregnadas de insatisfacción, demencia, vanidad y falsa realización personal. En tales ambiciones se deposita la huella de la amargura, la más peligrosa y afilada de todas las armas que nutren el pensamiento. Nunca ha existido –ni existirá- mayor perversión que la que puede hallarse en el pensamiento de un alma infeliz y desventurada.

Por todos estos motivos, concluyo que el pensamiento no puede ser nunca el primer eslabón de la cadena, el núcleo central alrededor del cual debe girar toda la existencia. Se vive antes de pensar, escribir o entender. Antes de intentar comprender qué es la felicidad, hay que ser feliz. El pensamiento es un guía, un maestro de vida, por ello debe ser cultivado y educado como es debido, debe ser orientado hacia el bienestar, nunca hacia la lujuria y la insatisfacción de una cima inalcanzable.

Cada barco tiene un guía, un timón cuya orientación nunca es ajena al propio individuo acabado y maduro. Nadie puede decirte como vivir tu vida, como encontrarte, como hallar la senda de tu camino. Si quieres mi consejo, te diré que solo lo lograrás cuando concentres la mayor parte de tus energías en la fuerza de tus impresiones y percepciones presentes. Olvida por un momento todo tu pasado y tus objetivos futuros. Olvídate de todo por un momento. Ve al mar o la montaña y escucha, siente, descarga todo tu ser en plenitud y fúndete con tu entorno. En él hallarás una amalgama infinita de sensaciones que probablemente desconocías o habías olvidado.Sal de estas cuatro paredes y vive. Aunque solo sea por un momento, vive para tus sensaciones, vive para tu felicidad, la meta que debes reconquistar a diario.

Desgraciadamente para nuestros amigos consumidores, la felicidad no es una fórmula que responda a un cálculo premeditado de previsiones futuras, tampoco un marco teórico-conceptual ajeno al individuo concreto. No es algo que se deje apresar objetiva y teóricamente bajo los parámetros del mercantilismo. No es algo que pueda explicarse, ni comprarse. Se trata de algo que se antepone a todo y que siempre subyace a todas las barreras y metas que amonontamos encima. La felicidad es origen y destino permanente, es el agua que recogemos en la palma de nuestra mano: escurridiza, frágil y fugitiva. Es el reto más difícil, siempre inacabado, siempre vivo y exigente (aunque no del modo en que nos han enseñado). En el conocerse está el camino, no en el pensamiento traidor ajeno. Por eso a veces es mejor desaprender, descaminar lo andado para descender a la raíz, al lugar donde las sensaciones conservan su pureza, al lugar donde la vida es solo vida y nada más.