domingo, 21 de abril de 2013

Día de viento. Día de Exley.

Hoy, día de viento, camino paralelo al mar. A cada paso, voy apuñalando el aire con mis pensamientos, temblando de aprensión. El sol no rige como ayer. El viento es demasiado intenso. Por la angustia que corre por mi pecho, afirmo estar viviendo una aventura de proporciones épicas. Siento a cada momento, ininterrumpidamente, la sucesión de pequeñas e inevitables derrotas. No veo el mar, sólo mis pensamientos, como cuando transito por las Ramblas de Barcelona y, a cada instante, alguien se cruza en mi camino, entorpeciéndome el paso, convulsionando mis sentidos, vedándome el recorrido como un gran e inaccesible rascacielos.

Cercando la paz, me tumbo en la arena y leo "Desventuras de un fanático del deporte". El viento sacude las páginas del libro con violencia. Lo sujeto con ambas manos, coloco una piedra encima, voy cambiando de posición...

Exley es un buen escritor, pienso mientras leo: "Abordado por una bruja vieja, histriónica, descarada, culinacha y zampamartinis, se me informó de que, en tanto que profesor recientemente agregado a la institución, en las reuniones del departamento no se entraba en discusiones, de que “hablar consumía tiempo” y de que había muchos otros lugares donde preferíamos estar".

Exley es el tipo de escritor que admiro: agudo, ingenioso y mordaz, me digo mientras releo: "Le detallé la ordalía de mi primer amor, que me había costado dos años aplacar el sufrimiento, que había crecido con él, que me había ido a la cama con él, que había vivido con él todas las horas de vigilia hasta que, al aceptar que era algo natural, había empezado a suavizarse. Le conté que cuando tenía su edad había deseado encontrar alguna criatura desengañada que me diera consejo. Cuando busqué almas “triunfantes” de culo gordo (por cometer el error americano de equiparar éxito con sabiduría), me dijeron con mucha verborrea que “lo superarás”; pero como no lo superé, me desprecié a mi mismo por creerme un pusilánime. Al ver los ojos desencajados de B. una versión más joven de mi caso, le ofrecí todo lo que tenía".

- Mira, B. acepta tu dolor como parte de la vida. En realidad no creo que te consuele que te digan que yo o cualquier otro hemos pasado por lo mismo. Además, ¿cómo voy a saber yo si he sufrido la mitad de lo que sufres tú? Y no sabiendo eso, ¿no resultaría presuntuoso cualquier consejo que te diera?

Exley es un jodido cabrón, maldigo finalmente tras advertir la playa abarrotada, sin dignidad, consumida, como las Ramblas, por una algarabía de voces mezcladas y entrecortadas. Ni una sola presencia real, lo admito, sin embargo, apenas puedo darme la vuelta sin tropezar con algo: un brazo, una pierna, un teléfono móvil, una boca siniestra que intenta besarme… No hay rastro del mar o de la brisa. Exley, pienso puerilmente, es el responsable de todo; el responsable de que ahora esté escribiendo esta verborrea inútil que no aplaca nada.

Termino con Exley, cierro los ojos y me coloco, sin saber muy bien por qué, en posición fetal. Simple minds resuena en mi cabeza. Exley resuena en mi cabeza. Los recuerdos se suceden unos a otros. El dolor sigue su curso. El tiempo transcurre y, finalmente, los pensamientos se extravían como el agua entre los dedos. Solos el mar y yo, acompasadamente voy perdiendo la noción del tiempo, la noción de Exley, del teléfono móvil, de mis recuerdos, de mi nostalgia… Dejo de escribir... (^_^)