miércoles, 27 de julio de 2011

Puta mare tiu

Conversación universitaria a tres bandas:

-Tiu, com li tiraves la canya a la pava aquella ahir al vespre no?-

- ¿Estava bona eh?

- Si tiu. Per flipar. Te la vas triunfar o que?

- Un rollet i prou tiu, pim pam.

- No la vas lletar?

- Que va tiu, la pava currava aquest matí sats?

- Que chungo tiu.

- Si tiu, dos hores tirant la canya i quan me la faig es pira sats?

- Putadísima!

- Sou uns flipats –añade la chica-

- Pero bueno, anava tajíssim sats? Estava petat. Follar hauria estat chungo

- Si tiu, chingar quan es va taja, chungo. Molt chungo.

- I tu que tiu, vas pillar?

- Que va tiu, anava fumadíssim sats?

- Ara que dius això, fem un peta o que?

- Aquí chungo tiu, la podem liar moltíssim. Per cert, demà hi ha uni no?

- Sí, -contesta la chica-, jo aniré sense sobar, la puta classe és a les 8:30 de la matina.

- Jo es que paso sats? el semestre passat tot vuits sense anar a classe. I en una tenia un 8'5 i el fill de puta va i em posa un vuit de final sats?

- Jo també sudo tia. Si vaig, aniré a fer unes birres.

- Esteu penjadíssims

- Penjadíssims per tu.

- Quin pavo tiu! Ets un follaringa.

- Pero que fas notes? T’estàs liat un peta? Que putu penjat. Et pillarà el cambrer.

- Tranqui tia, només el lio i ens el fumem destranquis a fora.

- Ets l'amo tiu.

- Si tiu, la teva mare sempre m'ho diu sats?.

- Ja ho sé tiu, i a la teva germana li triumfa molt la meva titola sats?

- Quin cabró! suda de la meva germana mamonàs.

- No puc tiu, ja saps que em posa molt.

- Va pilla algo per privar i pirem, que aquí fa calda sats?

- Puta mare tiu.

miércoles, 13 de julio de 2011

Realidad y ficción

-En la red se me conoce como “Emperador del caos”.
-¿Cómo? ¿Emperador del caos? – exclamé con una risa desgarrada. -Estás como una cabra-
- Pues no vas demasiado errado en tu apreciación. Mi personalidad virtual es una auténtica locura, es pura pulsión, pura animalidad salvaje y ciega.
-Venga hombre, no te flipes.
- Bueno quizás haya exagerado. Es cierto que con alguna persona he mantenido conversaciones ordinarias y moderadas. Sin embargo, esa no es la predisposición con la que me conecto en la realidad virtual. Allí me gusta ser quien soy, el Emperador del caos, alocado, impulsivo, agresivo y soberbio. De hecho, muchos han averiguado mi nombre real pero siguen llamándome Emperador. Así me han conocido y a ese nombre asocian los rasgos de mi desfasada personalidad virtual.
-Que no deja de ser pura representación, aunque bueno, por lo que dices, no creo que haya mucha diferencia con la imagen que proyectas en el mundo real.
-La hay amigo, ¡y mucha!. En el mundo real hay una serie de leyes, códigos y normas conductas que coartan, que oprimen nuestra individualidad y nos obligan a moderar ciertas actitudes o comportamientos que podrían ser designados como delictivos, indecorosos o egoístas. Esto no sucede en la realidad virtual: allí eres libre de expresarte de forma absolutamente inmoral y licenciosa. Es algo parecido a lo que sucede cuando te embriagas y pierdes la noción de la prudencia y el sentido de la responsabilidad. Esa sensación de descarga es absolutamente placentera, de ahí que tanto la bebida, como la realidad virtual tengan un poder de adicción tan enorme. Una fuerza de atracción que nos atrapa bajo la fórmula de evasión, libertad y lujuria, por eso hay cada vez más gente frustrada y marginada del mundo real que se refugia en este mundo libre de prejuicios, normas y responsabilidades. Allí no hay fracaso, no importa si eres feo o guapo, rico o pobre, inteligente o retrasado. Todo es ficción, representación, nada más. Por ejemplo, si en la realidad virtual sentimos placer por actos abominables como matar o destrozar la casa de alguien, es precisamente por ese pacto de ficción que se sella en la entrada, un pacto que no ejecuta el alcohólico cuando se embriaga, de ahí la peligrosidad real de la inconsciencia de sus actos. Esa es la principal diferencia -dejando al margen las sensaciones fisiológicas- que separa uno y otro caso. Por eso el margen de libertad que posee el que se conecta a la realidad virtual es mucho mayor que el del alcohólico. Tal y como sucede en una novela o en el cine, en la realidad virtual lo trágico, lo cruel o lo macabro se contemplan siempre desde la barrera de seguridad que marca el filtro de la ficción. Por eso la imaginación se despliega y la conciencia se siente libre para traspasar todas las fronteras de lo real, superando todas las limitaciones físicas y morales. Así es como nos convertimos en asesinos, héroes o villanos, sin complejos ni prejuicios, ya que estamos en un mundo donde es la imaginación y no la razón la que dicta las normas. No sabes la de veces que he puesto cara de adulto a compañeros de juego que no pasaban de los 15 o 16 años. O la de veces que he imaginado a hermosas chicas francesas bajo la tonalidad de sus dulces voces femeninas.
- Supongo que te puedes encontrar con cualquier cosa-.
- Exacto, ese es uno de los principales problemas. En realidad, nunca dejas de navegar errante. Es cierto que analizando el nivel de expresión lingüística o la voz del jugador se pueden intuir cosas (la edad aproximada, el nivel de inteligencia etc.) pero siempre existe esa barrera de misterio que marca la ficción, una barrera que impulsa a la imaginación a dar el salto de lo virtual a lo real a partir de ciertas actitudes o comportamientos.
-Sí, pero como tú mismo has dicho, esas actitudes podrían ser completamente fingidas. A ti te gusta recrearte en una personalidad mucho más animal que la representas en el mundo real. Seguro que los demás juzgan comportamientos de ti que en realidad no responden a lo que todos conocemos. El tema es: si todo es representación, ¿qué sabes realmente de las personas conectadas?-
-Bueno no te olvides que nosotros también vivimos en un mundo de máscaras, en realidad, ¿qué sabemos de las personas que nos rodean? ¿Acaso no las definimos y las juzgamos desde la periferia sin saber nada de ellas?
-Ese es otro tema, no confundas las cosas. La conclusión a la que quería llegar es otra y tiene que ver con el gran peligro de seducción que deriva del engaño virtual. Piensa sino cuantas pobres existencias descarriadas se habrán dejado seducir por máscaras bajos las cuales se ocultaba un sujeto perverso y malintencionado.-
-Sí, en esto estoy de acuerdo. Y debo reconocer, que pese al tiempo que hace que navego por este mundo, nunca dejará de sorprenderme la enorme variedad de sentimientos entremezclados –todos ellos intensificados hasta la locura- que se generan en él. Si miramos atrás, tanto en el mundo de los videojuegos como en el de las redes sociales de internet, todo empezó como un juego, como un mero entretenimiento. Ahora en cambio todo este universo se está convirtiendo en una realidad completa y acabada, en un mundo donde sentimientos tan reales como la amistad, el odio, la dependencia o incluso el amor son cada vez más frecuentes. De hecho, se podría decir que la gente es capaz de sentirlos en el mundo virtual, como la misma intensidad que en el real. Las barreras entre realidad y ficción nunca habían estado tan difusas. A este paso llegará un momento que podremos distinguirlas.

martes, 12 de julio de 2011

Ventanas abiertas

Para frenar aquel influjo melancólico de trampas del pensamiento, saludé a Eva por el chat. Eva era una Venus de gimnasio, una chica con la que anduve enrollado un par de veranos atrás. Por un momento la imaginé desnuda, bella, con su pelo rubio rizado y su sonrisa de anuncio de televisión. El pelo se me erizó y sentí un escalofrío cercano al erotismo de la masturbación. La pulsión sucumbió de inmediato.
–¡Olaaaaaa, k tal? K aces? Kuanto tiempo. respondió Eva.
-Sí, más de un año. ¿Cómo te va?
No hubo respuesta. Pasados unos minutos, planteé una nueva pregunta:
¿Qué tal este año en empresariales? el tiempo pasaba en vano. Tampoco hubo respuesta.

Cansado de mirar hacia los lados, al techo, de abrir páginas web, de pensar en estupideces y de esperar una respuesta trivial y previsible, sentí el estúpido sinsentido de aquella situación, de aquella pseudoconversación, de aquel submundo deshumanizado. Cuando ya me levantaba de la silla, la ventanita de Jorge (un viejo camarada de salidas nocturnas) se disparó e interrumpió mi evasión.
-Tu por aki??????????- Acto seguido, una frase imposible de reproducir lingüísticamente me agredió. Era una especie de mezcla ecléctica de letras e iconos que no entendí. Entre las letras del alfabeto había manos intercaladas bailando, iconos sonrientes y otras letras enormes creciendo y decreciendo. Aquello me intimidó, no sabía muy bien que responder. El timbre de la ventanita volvió a sonar. Esta vez 5 signos de interrogación bailaban una jota y esperaban una respuesta. Estaba paralizado, ausente, pero Jorge no se rendía. Un zumbido y un “¿hola?” con letras gigantes y florescentes apareció en la pantalla. Empecé a angustiarme, más que un intento de entablar conversación, aquellas letras, iconos y carteles luminosos me recordaban a la agresión consumista de los letreros de la ciudad de Tokio. “¡Habla conmigo!”,“¡consume!”, “¡consume!”. Estaba petrificado, rendido ante la incapacidad de sondear una forma de comunicación similar a aquella maraña de signos y atentados lingüísticos. ¿Había alguien allí que hablara mi lenguaje? Me pregunté en ese instante. La pregunta era absurda. El mero hecho de plantearla ya era un síntoma evidente de exclusión, de no pertenecer a ese mundo pseudolingüístico y asistemátizado. Pensé que era más que probable –aunque no me jugaría el cuello- que la mayoría de “Evas” y “Jorges” supieran distinguir el uso de la “k” y la “q” en lengua castellana, pero mucho más evidente era la profunda adhesión de aquellas personas hacia a aquel mundo de desidia, dejadez, desorden desalmado y rebeldía estúpida e inútil.

Cabría preguntarse hasta que punto las leyes de ese lenguaje conciso, nervioso, caótico, superficial y antiacadémico de las redes sociales, no ha contribuido en gran medida a la creación de una generación mucho más impaciente, inquieta, impulsiva, agresiva, desinteresada y superficial que su predecesora. Una generación que por primera vez en la historia de la humanidad lo tiene todo a su alcance, que posee un abanico ilimitado de formas de acceso a la comunicación, a la cultura y al ocio, pero que sin embargo no puede comprender ni asimilar de ninguna manera. Sin la capacidad de análisis y comprensión del buen uso de estas herramientas, este mundo se convierte en una cueva, en un submundo marcado por la terrible inercia involutiva de la especie.

Como todo en la vida, es el bueno uso y no el potencial de un objeto lo que marca la diferencia. Porque un bolígrafo bien utilizado posee un virtuosismo mucho mayor que cualquiera de las máquinas que poseemos hoy en día tal y como solemos utilizarlas. Ninguno objeto es virtuoso o pernicioso en el escaparate de la tienda o en el embalaje, por ello las mismas herramientas que pueden elevar al hombre, lo pueden reducir a la miseria más absoluta cuando no se comprende el sentido y el valor de su uso. Para ejemplificarlo de alguna manera, el adolescente de hoy enciende su ordenador portátil con conexión a internet, abre una página web, la mira de pasada como el que mira a través de la ventanilla de un tren en marcha, abre otra sin cerrar la primera. En una visión fugaz y horizontal, la segunda página queda obsoleta pero se mantiene abierta. Con las dos páginas abiertas y olvidadas, el adolescente abre un programa, pone un canción, se cansa de ella y la cambia. Su chat empieza a hervir (4 ventanas suenan alternativamente), se da la vuelta, enciende la televisión, la videoconsola. Ventana por aquí, canción por allá, recibe un sms, actualiza su muro de facebook, el de twitter y el de tuenti. Acomodado en su butaca, inicia una partida a la videoconsola. Las ventanas anaranjadas de messenger siguen pitando. A media partida se da cuenta que la canción no le gusta. Pausa el videojuego, cambia de canción y contesta a 3 de las 6 ventanas de chat abiertas. Vuelve a actualizar el muro facebook. Una foto le llama la atención y la comenta con un “jajaja que cara”. Hace un “ok” a otra foto y vuelve a cambiar de canción. Recibe un sms de su novia y le contesta con un “tkm xa siempre". Le invitan a jugar online, juega una partida y recibe una llamada perdida de su novia. La madre le reclama para cenar, no abre la puerta, ni siquiera contesta. Nadie puede entrar en su cueva. En una segunda llamada de la madre, éste advierte síntomas preocupantes de ira en el tono de la vieja. “Ya voy joder” responde cabreado. Las ventanas anaranjadas siguen pitando. Se sienta, contesta dos de ellas con un “bien y tu???” actualiza el muro de facebook, se acerca a la televisión pero un grito de la madre le interrumpe. “Ya voy ostia, ¿que no ves que estoy ocupao? Responde ofendido. Airado, con los pantalones caídos, los calconcillos al descubierto, la gorra flotando en su cabeza, el labio torcido y la cara tatuada de desprecio, el adolescente pega un portazo y se va a cenar.

domingo, 3 de julio de 2011

La felicidad del vanidoso

La felicidad es una búsqueda personal que no entiende de peajes ni de recetas. Que lejos estamos de ella cuando la buscamos en el viaducto de la fama, el éxito o el reconocimiento de los demás. Que confusión tan grande se da en la inconsciencia de muchos entre felicidad y gloria, y que caro resulta el peaje de la vanidad para ellos. Un peaje que lo condiciona todo, haciendo depender sus vidas de un propósito: engrandecer sus figuras, ser reconocidos, amados y homenajeados. Éste hecho los arroja directamente a una corriente insaciable y frenética de lujuria (un sentimiento que confunden con la felicidad) e insatisfacción permanente. Para el vanidoso, lujuria e insatisfacción son dos caras de la misma moneda que se van alternando en cada lanzamiento. El mismo reconocimiento lujurioso que satisface al vanidoso es el que genera en él la necesidad de una satisfacción mucho más intensa y desmesurada (asociada normalmente a un motivo grandilocuente). Quien edulcora el café con 4 cucharadas de azúcar y se acostumbra a esa dosis, no puede ya sentir el dulce y placentero sabor de la primera cucharada, ni el verdadero sabor del café. En este sentido, la tenacidad insaciable de las expectativas del vanidoso es la que le veda el placer del auténtico sabor del café, de esa conversación humilde y llana, de esas manos estrechadas con afecto o de esos brazos que nos rodean con ternura.

No hay neutralidad en la posición del vanidoso. Si algo le retrata es su capacidad para erigirse como pieza central de su entorno, como perspectiva dominante. De esta manera, el clima que genera nunca es sereno o apacible, sino más bien agitado e incómodo, como un día de lluvia en el que sus interlocutores deben decidirse entre desafiarla o ponerse a cubierto. El vanidoso no habla para conocer la opinión del otro, sino para ser escuchado y reconocido por el otro. Por eso bien poco le importa ser laureado por un talento que en realidad no posee o por un saber formado a partir de retazos de conocimientos tomados al vuelo, es decir, aislados, inconexos y descontextualizados. Si la imagen proyectada de persona docta en materia ha surgido su efecto, ninguna importancia tiene para él que sus conocimientos tengan o no un fundamento real. Para él la vida es una escenario, una representación continua y su sentido lo marca es éxito de su función. En este sentido, la vanidad es por encima de todo una inflamación interna, un estado febril –normalmente de refinada compostura- cuya necesidad alude siempre a un saco sin fondo. Es una llama que nunca se apaga, que se retroalimenta a si misma y que busca sus propios materiales para seguir ardiendo con la mayor intensidad posible. Unos materiales que el vanidoso no encuentra única y exclusivamente en el terreno de la grandilocuencia, sino también en las zonas suburbiales. Porque, ¿acaso no es loable la generosidad, humildad y sencillez del hombre rico? ¿No aumentan dichos atributos su fama y reconocimiento? Todos estamos cansados de los dictadores del “ayer”, por eso los héroes del “hoy” –más ricos y acaudalados que los del “ayer”- se presentan ante nosotros con piel de cordero, con la bandera de la modestia, el altruismo o la sencillez, sabiéndose así más reconocidos y vanagloriados por el rebaño. Sus discursos morales se acercan al débil, se compadecen de él y le prometen luchar por un mundo mejor mientras se aprietan la corbata y afinan su voz. Así se viste la nueva dictadura moderna: con los humildes ropajes de la democracia, un montaje que vemos desde el escaparate sin tener ni idea de cómo se han elaborado esos maravillosos trajes. Des del escaparate escogemos y ya nada pintamos allí. Sólo nos queda seguir nuestro camino en círculo para volver al escaparate cíclicamente, cada cuatro años. Desde dentro, los lobos se ríen maliciosamente, se homenajean los unos a otros inflamando su ego, regodeándose en su poder a la par que siguen diseñando nuevos trajes que puedan seducir a los que pasan por el escaparate.

En realidad, de las diferentes vestimentas del vanidoso podríamos llenar interminables volúmenes, deconstruyendo al mismo tiempo la infinidad de máscaras con las que éste puede presentarse ante nuestros ojos. Para reducirlas todas a un marco común, podríamos decir que todas comparten una misma actitud egoísta, enferma, inconfensable, hipócrita y lo que es peor, insatisfecha. Porque como hemos dicho de inicio, la felicidad no entiende de fórmulas ni de peajes. Aunque el vanidoso no lo sepa, sus ropajes no son más formas de hipotecarla, de convertirla en un laberinto inaccesible. En el abrazo, en la paz de un simple paseo o en la ternura de unas palabras candorosas, allí podemos reencontrarnos con ella todos los días, con el corazón abierto y los sentidos bien despiertos.