martes, 12 de julio de 2011

Ventanas abiertas

Para frenar aquel influjo melancólico de trampas del pensamiento, saludé a Eva por el chat. Eva era una Venus de gimnasio, una chica con la que anduve enrollado un par de veranos atrás. Por un momento la imaginé desnuda, bella, con su pelo rubio rizado y su sonrisa de anuncio de televisión. El pelo se me erizó y sentí un escalofrío cercano al erotismo de la masturbación. La pulsión sucumbió de inmediato.
–¡Olaaaaaa, k tal? K aces? Kuanto tiempo. respondió Eva.
-Sí, más de un año. ¿Cómo te va?
No hubo respuesta. Pasados unos minutos, planteé una nueva pregunta:
¿Qué tal este año en empresariales? el tiempo pasaba en vano. Tampoco hubo respuesta.

Cansado de mirar hacia los lados, al techo, de abrir páginas web, de pensar en estupideces y de esperar una respuesta trivial y previsible, sentí el estúpido sinsentido de aquella situación, de aquella pseudoconversación, de aquel submundo deshumanizado. Cuando ya me levantaba de la silla, la ventanita de Jorge (un viejo camarada de salidas nocturnas) se disparó e interrumpió mi evasión.
-Tu por aki??????????- Acto seguido, una frase imposible de reproducir lingüísticamente me agredió. Era una especie de mezcla ecléctica de letras e iconos que no entendí. Entre las letras del alfabeto había manos intercaladas bailando, iconos sonrientes y otras letras enormes creciendo y decreciendo. Aquello me intimidó, no sabía muy bien que responder. El timbre de la ventanita volvió a sonar. Esta vez 5 signos de interrogación bailaban una jota y esperaban una respuesta. Estaba paralizado, ausente, pero Jorge no se rendía. Un zumbido y un “¿hola?” con letras gigantes y florescentes apareció en la pantalla. Empecé a angustiarme, más que un intento de entablar conversación, aquellas letras, iconos y carteles luminosos me recordaban a la agresión consumista de los letreros de la ciudad de Tokio. “¡Habla conmigo!”,“¡consume!”, “¡consume!”. Estaba petrificado, rendido ante la incapacidad de sondear una forma de comunicación similar a aquella maraña de signos y atentados lingüísticos. ¿Había alguien allí que hablara mi lenguaje? Me pregunté en ese instante. La pregunta era absurda. El mero hecho de plantearla ya era un síntoma evidente de exclusión, de no pertenecer a ese mundo pseudolingüístico y asistemátizado. Pensé que era más que probable –aunque no me jugaría el cuello- que la mayoría de “Evas” y “Jorges” supieran distinguir el uso de la “k” y la “q” en lengua castellana, pero mucho más evidente era la profunda adhesión de aquellas personas hacia a aquel mundo de desidia, dejadez, desorden desalmado y rebeldía estúpida e inútil.

Cabría preguntarse hasta que punto las leyes de ese lenguaje conciso, nervioso, caótico, superficial y antiacadémico de las redes sociales, no ha contribuido en gran medida a la creación de una generación mucho más impaciente, inquieta, impulsiva, agresiva, desinteresada y superficial que su predecesora. Una generación que por primera vez en la historia de la humanidad lo tiene todo a su alcance, que posee un abanico ilimitado de formas de acceso a la comunicación, a la cultura y al ocio, pero que sin embargo no puede comprender ni asimilar de ninguna manera. Sin la capacidad de análisis y comprensión del buen uso de estas herramientas, este mundo se convierte en una cueva, en un submundo marcado por la terrible inercia involutiva de la especie.

Como todo en la vida, es el bueno uso y no el potencial de un objeto lo que marca la diferencia. Porque un bolígrafo bien utilizado posee un virtuosismo mucho mayor que cualquiera de las máquinas que poseemos hoy en día tal y como solemos utilizarlas. Ninguno objeto es virtuoso o pernicioso en el escaparate de la tienda o en el embalaje, por ello las mismas herramientas que pueden elevar al hombre, lo pueden reducir a la miseria más absoluta cuando no se comprende el sentido y el valor de su uso. Para ejemplificarlo de alguna manera, el adolescente de hoy enciende su ordenador portátil con conexión a internet, abre una página web, la mira de pasada como el que mira a través de la ventanilla de un tren en marcha, abre otra sin cerrar la primera. En una visión fugaz y horizontal, la segunda página queda obsoleta pero se mantiene abierta. Con las dos páginas abiertas y olvidadas, el adolescente abre un programa, pone un canción, se cansa de ella y la cambia. Su chat empieza a hervir (4 ventanas suenan alternativamente), se da la vuelta, enciende la televisión, la videoconsola. Ventana por aquí, canción por allá, recibe un sms, actualiza su muro de facebook, el de twitter y el de tuenti. Acomodado en su butaca, inicia una partida a la videoconsola. Las ventanas anaranjadas de messenger siguen pitando. A media partida se da cuenta que la canción no le gusta. Pausa el videojuego, cambia de canción y contesta a 3 de las 6 ventanas de chat abiertas. Vuelve a actualizar el muro facebook. Una foto le llama la atención y la comenta con un “jajaja que cara”. Hace un “ok” a otra foto y vuelve a cambiar de canción. Recibe un sms de su novia y le contesta con un “tkm xa siempre". Le invitan a jugar online, juega una partida y recibe una llamada perdida de su novia. La madre le reclama para cenar, no abre la puerta, ni siquiera contesta. Nadie puede entrar en su cueva. En una segunda llamada de la madre, éste advierte síntomas preocupantes de ira en el tono de la vieja. “Ya voy joder” responde cabreado. Las ventanas anaranjadas siguen pitando. Se sienta, contesta dos de ellas con un “bien y tu???” actualiza el muro de facebook, se acerca a la televisión pero un grito de la madre le interrumpe. “Ya voy ostia, ¿que no ves que estoy ocupao? Responde ofendido. Airado, con los pantalones caídos, los calconcillos al descubierto, la gorra flotando en su cabeza, el labio torcido y la cara tatuada de desprecio, el adolescente pega un portazo y se va a cenar.

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