sábado, 13 de agosto de 2011

Niebla

Entre el café y el paseo, tardamos casi una hora en regresar a la zona del Casco viejo. Empezamos a caminar por ella y voluntariamente nos perdimos en el encanto de aquel laberinto de callejuelas estrechas y empedradas, con fachadas que alternaban estilos y tonalidades diferentes. Pasamos por delante de la monumental catedral de Santiago y mientras yo me entretenía haciendo fotografías, Segismundo pasó de largo sin detenerse. El gentío de la zona era abundante y el comercio se explotaba a través de una gran variedad de tiendas, mercadillos y bares de pinchos.
-He leído que por aquí están la casas de Miguel de Unamuno Y Pío Baroja- le dije a Segismundo.
-Sí. Estaría bien ir a visitarlas.
-¿Sabes dónde están?
-No, habría que preguntar.
Le preguntamos a un señor mayor que se cruzaba en nuestro camino, y con suma amabilidad y entrega nos indicó el lugar exacto donde se ubicaban. Ambos quedamos muy agradecidos de aquel trato tan afable y cordial. Le dimos las gracias y reiniciamos la marcha. En el número 10 de la calle Ronda, encontramos la casa de Miguel de Unamuno. Ésta tenía una fachada de color amarillo apagado y unos grandes ventanales negros en el centro. Abajo una placa señalaba el lugar de nacimiento del escritor.
-Aquí nació en 1.864 y murió en Salamanca en 1936 –le dije a Segismundo. Éste no mostró el menor interés por mis palabras. Me di la vuelta y le vi pensativo y con la mirada perdida. Cuando advirtió que le observaba, levantó la cabeza y me miró fijamente
- Siempre me ha fascinado “Niebla” –respondió-. Es una obra original y rompedora.
-Sí, Unamuno tenía un espíritu rebelde y rompedor. Niebla es una gran muestra de ello. Sus personajes no poseen el desarrollo clásico de la novela realista, más bien se presentan como portadores de una idea o pasión. Como si se tratara de una novela de tesis, más que de una narración convencional.
- Es cierto. Ahora me estaba acordando de la escena final, cuando el protagonista no se resigna ante su destino y se rebela ante su creador.
-Sí, es una de las escenas más conocidas de toda su obra. En ella se representa la imposibilidad del hombre de escapar de su destino.
-Y también su inconformismo, su lucha y su pretensión de sobrevivir a él. Eso es lo más fascinante. Aunque la existencia no vaya nunca más allá de una representación nebulosa cuyo fin no es otro que la muerte, el sujeto que participa de ella no debe resignarse a esperar la muerte, debe aprender a rebelarse, a convivir con la tragedia de la vida, a reafirmarse en el dolor.
-En tus palabras resuena el Nacimiento de la tragedia de Nietzsche. –le dije-. Sin embargo, no creo que esa sea la tesis central de Niebla. Yo me acogería a la idea de un profundo vacío existencial, de una insondable angustia metafísica. Todo es borroso en ella, la vida es sueño, ficción, teatro, niebla. EL imperio de la razón se diluye y no hay representación posible, de ahí el título de la obra y el desafío al carácter tradicional y dogmático de la novela decimonónica. Acuérdate de aquellas extensas descripciones y desarrollos ambientales marcados por un profundo determinismo cientifista. La novela de Unamuno (o nivola, como diría el propio autor) se opone completamente a esta visión paradigmática. Por eso en ella predominan los diálogos y los monólogos por encima de las descripciones, todos ellos entretejidos en un marco espacio-temporal más bien abstracto y atemporal.
-Es cierto. Niebla es la imagen de la insubordinación de la vida a la razón. Sin embargo, me opongo a Unamuno en el vacío y la angustia existencial como respuesta. No creo en la metafísica ni en el imperio de la razón. No todo puede reducirse a estas dos categorías humanas. En realidad, ambas poseen un grado altísimo de toxicidad y perversión. Son dos moldes gastados cuyo pretexto es dar respuesta a nuestras inquietudes y angustias humanas cuando en realidad, lo único que hacen es acrecentarlas. La vida siempre excede a nuestra capacidad de comprensión, por eso hay que aceptarla como es: borrosa, confusa, imprevisible, emocionante, delirante, trágica… y no someterla a los dominios de nada. Cualquier fórmula lógica es una limitación, una coacción a la libertad de la vida.
-Sí, de ahí que Unamuno y Calderón recurran a la metáfora del sueño como condición de la vida. Si todo es borroso, si nada es interpretable, si no hay representación posible, no hay distinción entre la ilusión y la realidad.
- Bueno en realidad, ni siquiera la metáfora creo que sea necesaria. Aquí también me opongo a Unamuno. La vida es la vida, nada más. Cualquier metáfora sobre ella es irrelevante, insuficiente, estéril. La metáfora no crea nada, sólo cubre un profundo vacío de incomprensión humana. El hombre no se resigna ante la niebla y cuando ha renegado de la razón se decanta por la metáfora como respuesta. Ambas son el fruto de su insatisfacción, de su incapacidad para resignarse a la incomprensión. La gran tragedia del hombre es su insatisfacción, de ahí que recurra constantemente a mecanismos de falsa plenitud como el arte, la metafísica o la ciencia. Y ninguno de ellos puede reparar su dolor.
- Tu respuesta es demasiado radical.La metáfora es fuente de imaginación, de creación y por lo tanto de vida.
- Puedo serlo pero también puede tener un efecto vital contraproducente, paralizante. Las metáforas, igual que las fotografías o las imágenes grabadas en una cámara pueden ahogar el instinto vital. Los hay más preocupados por fotografiar o metaforizar sobre la vida que por vivir. Y eso es síntoma de decadencia, de insatisfacción y vacío interior.
-¿Entonces no hay salvación?
Mi amigo se echó a reír.
-No te pongas dramático hombre. La hay, pero jamás habrá una respuesta elocuente a esa pregunta.

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