jueves, 4 de agosto de 2011

Reliquias del pasado

Por la noche, deambulando por la cama y sin poder conciliar el sueño, decidí tomar un libro al azar de mi biblioteca con los ojos cerrados. Era un volumen grueso y pesado. Lo palpé y comprobé que tenía el lomo y la cabecera muy gastados. De regreso al dormitorio, me estiré de nuevo en la cama, abrí los ojos y anduve contemplando la obra que había llegado a mis manos. Era la Montaña Mágica de Thomas Mann, una de las novelas que más impacto había tenido sobre mí vida. Como si del reencuentro con un viejo amigo se tratara, un cúmulo de imágenes y vivencias pasadas afloraron a mi mente. Sensaciones tan íntimamente asociadas al volumen, que sentí por momentos un efecto de lectura contraproducente, paralizante. Me vi con el libro en las manos y sin saber que hacer. Lo abrí al azar y apenas pude leer un par de páginas. Lo volví a cerrar y anduve largo tiempo contemplándolo como si fuera una reliquia sagrada. La portada, el lomo, la cabecera. Lo miraba y lo acariciaba con mimo como si fuese un objeto mágico capaz de transportarme a un tiempo y a un espacio olvidados. Sentí por momentos una profunda nostalgia, la misma que podemos experimentar cuando contemplamos fotografías de una época pasada en las que yacen fosilizadas las huellas de un sentimiento extinguido. Abrí de nuevo el volumen y empecé a ojearlo con un sentimiento mezcla de ilusión y nerviosismo. Un gran número de páginas tenían grandes subrayados realizados con pasión. También había anotaciones laterales con dibujitos y otras señales que ya no utilizaba en mis lecturas del presente. Un instante absolutamente revelador regresaba por momentos. Observé atentamente las líneas del subrayado: la mayor parte de ellas se curvaban en un movimiento brusco y caótico. Era evidente que habían sido trazadas en el vagón de un tren en marcha. A mi memoria regresaron los recuerdos de las lecturas en mis viajes en tren a Barcelona cuando estudiaba filosofía. Sentí de nuevo ese abrupto instante de pasión, cuando la enégica vehemencia del subrayado se interrumpía por un movimiento brusco del vagón, impidiendo así la nitidez y rectitud del trazo. Volví a sentir aquella irritación del momento en que el tren parecía burlarse de mí mientras yo me elevaba bajo el influjo de algún pasaje sublime. Leí atentamente un fragmento con varios signos de exclamación al margen y recordé la vibración de aquella primera lectura. Allí estaba yo, estirado en la cama pero lejos de ella, poseído por el objeto y dejándome vivir. De nuevo abrí el libro al azar y releí otros pasajes subrayados con muchos signos de exclamación. En aquella época, podía agregar hasta 7 signos de exclamación en un único pasaje. Como si aquel texto hubiera sido escrito para mí, como si aquellas palabras tuvieran el sello de mi personalidad. Esta vez, una sensación de extrañeza recorrió mi cuerpo. Por un momento me sentí lejos de aquella emoción que en un pasado –ahora conscientemente extinguido- me había llevado a señalar aquel pasaje como sublime y trascendente. El mensaje de aquel texto había cambiado para mí, ya no significaba nada. Había 6 signos de exclamación en él, ¿cómo era posible? Sentí rabia de mí mismo y apunto estuve de eliminar las señales de aquel subrayado. Era como si me avergonzara de haber sentido una intensa pasión por algo que ahora me resultaba indiferente. En ese instante entendí que nunca más regresaría a mi primer viaje a la Montaña Mágica, que nunca volvería a ese tren pese a seguir realizando el mismo recorrido todos los días. Aquel “yo” en el que por momentos me sentí vivir, se había desvanecido, y con él todo el sentido de aquellas vivencias. Todo había quedado distorsionado, transfigurado en el recuerdo. Cerré el libro, besé su lomo gastado con cariño y lo guardé de nuevo en la estantería.

Apenas pude pasar de las 4 horas de sueño aquella noche. Me dormí con inquietud, con la ansiedad de saber que escribiría al despertar, que de nuevo reviviría ese breve pero intenso estado de arrobamiento en el que por momentos creí recuperar un pasado que de una forma u otra pervivía en un simple y mágico volumen.

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